jueves, 24 de noviembre de 2011

¿Estan los padres preparados, para enterrar a un hijo?

Sobre este tema hay infinidad de: escritores, poetas, músicos, políticos, pensadores y gente del pueblo en general… Que tienen la misma opinión, todos dicen que es, contra- natura.  Los hijos si están y saben, que tienen el deber de enterrar a sus padres por ser mayores. Pero cuando ocurre al contrario, es una sin- razón, por la cual jamás debería de pasar ningún padre.

En nuestro pueblo, desgraciadamente, cada vez más seguido, se están muriendo jóvenes. Unos con ésta enfermedad de cáncer,( que nos traen a mal traer a todos ) y otros por accidente u otras enfermedades. Dándose la circunstancias de un tiempo a ésta parte, que las muertes de personas jóvenes, superan a la de los mayores.

Será cierto entonces el comentario que hizo, John Lennon sobre la muerte –“La vida es lo que va a sucederte, no te empeñes en hacer otros planes”.

Si nos paramos a pensar lo que nos dice el sacerdote en estos momentos. Espéranos al otro lado. En el  lugar ese, en que tú  estás ya y que, según  San Pablo: “Nadie osó imaginar o sospechar lo que Dios tiene guardado a sus elegidos”

Bonita frase, pero que muchos padres se habrán preguntado a todo lo largo de la historia. ¿Y porque no me eligió a mí, en vez de a mi hijo?

Hay situaciones en la vida, en las que quedamos convulsionados, sin apenas poder decir palabra.  La de hoy, como la de otras muertes de muchachos y muchachas de Bormujos, muertos a temprana edad, por una circunstancia o por otra.

Hay muertes y …muertes. La de Elvira (por ponerla como ejemplo a la de cualquier joven), siempre será a destiempo e inesperada.

En su obra sobre la muerte y el morirse, Elizabeth Kubler Ross describió la experiencia de las personas que se están muriendo, y sus palabras a veces parecen coincidir con los sentimientos de padres desconsolados. Las etapas que describió son semejantes al proceso por lo que pasan los padres cuando hacen frente a la idea que su hijo está sufriendo una maldad o enfermedad de que últimamente morirá. Aunque padres cuyo hijo se muere súbitamente tendrán estos mismos sentimientos, el padre de un hijo con una enfermedad a veces los experimenta a dos niveles- primero durante la enfermedad del hijo y otra vez después de su muerte.

Es cierto que todos rechazan la idea. ¡Su hijo-No! Este niño será la excepción. La Virgen hará un milagro. Entonces, después de la muerte, no es raro que los padres crean que no hicieron lo suficiente o no actuaron en cuanto pudieran. Sufren con las dudas. Y si hubieran intentado otro doctor u otra medicina, y si hubieran rezado más, ¿habría habido alguna diferencia? O tal vez se preguntan se debían haber acordado tantas pruebas dolorosas y procedimientos inútiles.

¿Cuántas veces al mirar y ver sufrir a un hijo, los padres han pedido que se les permita sufrir por él? Ojalá que pudieran sustituirse por el hijo y, que este disfrutara de una vida larga y cumplida.

Aunque puede ser que acepten la situación y la enfermedad, para muchos la muerte, cuando ocurre, ya no se acepta. En el fondo no querían creer que en realidad ocurriría; ahora no quieren creer que su hijo se ha muerto. Muchísimas personas tratarán de consolarlos, diciéndoles que ahora el hijo está en paz y  no sufre. Ellos lo saben, y si, ayuda un poco; pero hace poco para aliviar el dolor y la pena. Por supuesto, están aliviados con el pesar y el cariño de la gente, pero esto no significa que no anhelen tenerlo una vez más en sus brazos.

¡No hay derecho!

¡No debería ser así!

A esta parte de la orilla, quedamos todos, en medio de la desolación. Estamos viendo, acaso como nunca, la raíz de nuestra debilidad, la esencia de nuestra finitud, la vulnerabilidad que nos acompaña día a día. Hemos descubierto la cruda verdad de nuestra vida: nadie es dueño de su vida

-Inesperada muerte, pero posible.

-Indeseada muerte, pero posible.

Temida muerte, pero posible.

Nosotros no disponemos del comienzo ni del final de la vida.

¿Quién está en el comienzo y en el final?

¿Quién programa la vida y la sostiene?

En una entrevista muy reciente, el periodista Iñaki Gabilondo afirmaba: “No se puede vivir bien sin enfrentarse a la muerte”.

Por otro lado el Obispo Pedro Casaldáliga escribe:

Nosotros, siendo cristianos, no tenemos, paradójicamente, una cultura positiva sobre la muerte. Nos la han pintado siempre entre esqueletos y guadañas horribles. Cuando, como il poverello Francisco de Asís, deberíamos saludarla y salir a su encuentro como hermana, “nuestra hermana la muerte”.

Por eso, porque descartamos la muerte de nuestra vida, porque la ignoramos, la tenemos  apesadumbrada como un tabú.

Es el mensaje novedoso, acaso el más inaudito, de nuestra fe cristiana. Siendo mortales como somos, ¡por qué nos rebelamos contra la muerte? Y es que nosotros no estamos hechos para la muerte sino para la vida. Nuestra vida presente, después de morir, continúa y entra en la plenitud de la vida.

¡Creer o no creer!, es decisivo y marca aquí una diferencia fundamental.  Jesús Resucitado nos ha dicho: “Quiero que donde yo estoy, estéis también vosotros”.

Y El está con Dios, eternamente, en el cielo.

La muerte no es la última palabra.  Afirmar esto, proclamarlo y vivirlo pertenece a la esencia de nuestra fe cristiana: Si no tuviera fe para negar la muerte, quizás no tendría coraje para nombrarla. Ella vendrá pero para  pasar de largo”

Esa es nuestra esperanza cristiana.

-Y, ¿entonces?

¿Qué hacemos ahora?

¿Llorar? Sí.

¿Desconsoladamente? No.

¿Resignarnos? No.

¿Dimitir? No.

Hay que hacer de la tierra un cielo anticipado. Hay que soñar, trabajar y luchar para que este nuestro planeta sea la casa de todos, donde cada vez haya menos odio, menos injusticia, menos hostilidades, menos egoísmos, menos sufrimientos, menos guerras, menos ruinas y miserias, más justicia, más libertad, más amor, más paz, más felicidad.

Hoy al caer la tarde en la Plaza de la Iglesia, no cabía ni un alfiler al despedir el cuerpo de Elvira. Nada más terminar la Misa y dar el pésame a su familia, la gente se fue quedando en la misma, para darles su particular adios entre llantos y suspiros. Se iba una "Niña, mujer y madre". 
Despido que yo por otra parte lo hubiese hecho a lo grande, con campanas y aplausos, diciéndole:


¡Ve al Rocío del Cielo con la Virgen!


Y te aseguro que te habrán dicho algunos padres y madres (allí presentes, igualados a los tuyos  en la pena), busca a nuestros hijos cuando llegues y abrazalos.
Cuantos y cuantos se fueron con tu misma edad y aún más jovenes. Quisiera recordarlos a todos sin que se me olvidase nadie. Pero han sido muchos y, por desgracia, cada vez más. Y sería imposible no errar.
¡Que la Santísima Virgen os acoja a todos allí y, podais organizar vuestro Rocío del Cielo!.
Tu que hace unos meses tuvistes el privilegio de cantarle a la Virgen en el Rocío, podrás hasta organizar, un coro. El Coro de los Angeles de Bormujos.