¡Que mejor luz que la imagen de Jesús!
Otra peregrinación más y
van dos: Lourdes y Fátima. Dos puntos extremos en el mapa y sin embargo,
iguales entre sí.
En los dos he sentido lo
mismo, Fe y siempre manifestadas de la misma forma. En el dolor ajeno. El cual
me hace pensar y recapacitar, para auto-criticarme y decir: ¿de qué me puedo
quejar?, cuando ves tantas personas jóvenes, con tantas dificultades para
vivir, medianamente bien. Al vivir me refiero a
poder: andar o valerse por sí mismo. Y poder tener la capacidad de ser “inde-pendiente”.
Se llama Luis y es una persona increible.
Volviendo a lo de antes
sobre la Fe, mi Fe, la encuentro precisamente al ver a esos (“Costaleros del
Cristo Vivo”), personas que altruistamente ayudan a los discapacitados, “de-pendiente”,
de casi de todo en la vida. Concretamente Luis al cual he conocido esta vez más a fondo, que en la anterior peregrinación, solo mueve algunos dedos de cada mano.
Siguiendo el guión de la
definición de la Santísima Virgen de Fátima, como bien nos explicaba la Hermana
Lucía (que hasta el nombre tenía igual que aquella pastorcita, a la que la
Señora de la Luz que brillaba más que el sol, se le aparecía), Fátima,
significaba, Luz y Paz.
Pues a esa luz es a la que
yo me quería referir, luz que transmitían esos “costaleros”, creados especialmente con una sensibilidad exquisita, en el cuido y cariño hacia esas personas que al igual que mi amigo Luis, los necesitan.
Estas personas con su
dedicación (y amor al prójimo), creaban entre ambos (enfermos—y—costaleros) una especie de
complicidad, que parecía como si de entre ambas uniones, manase luz.
En algún momento de la peregrinación,
a varios de los que fuimos, nos ocurrió algún detalle, en el que tuvimos que
sacar la fuerza (por decirlo de algún modo) de donde pudimos, para ayudar a
estas personas. Ni que decir tiene que: cuanto más das, más recibes. O lo que es
lo mismo, es más los sentimientos de gratitud y cariño que recibimos, que el esfuerzo físico
realizado.
Otro detalle a destacar y
vuelvo otra vez a la Hermana Lucía. Es que ella a pesar de estar informándonos
sobre el contenido del Museo de la Virgen, con un sinfín de regalos de oro y piedras preciosas, de todo el
mundo. Para ella lo más importante era resaltar la sencillez y la luminosidad,
que la Santísima Virgen nos transmitía. Se disculpaba constantemente, por su
mal pronunciamiento de la lengua española. Al ser ella italiana, vivir en
Portugal y tratar de explicar su cometido en español. Pero los asistentes por unanimidad,
le manifestaron con cariño ¡que se habían enterado perfectamente de todo! Al terminar
la visita, la abrazaron, besaron e incluso se fotografiaron con ella.
Aquí muy bien prodríamos meter dos coplillas de mi amigo Baltasar Caro que dicen así:
¡Yo al Cristo le regalé, brillantes de perlas finas!
¡Si quieres verlo contento, repasa bien la Doctrina!
¡Y le das de comer al hambriento!
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¡De que le sirve al Cautivo, tener cadenas de plata!
¡Y grilletes de oro fino, si la libertad, le falta!
Tratando de buscar la
definición del origen del nombre de Fátima y situarnos en esa época, encontré
este relato redactado por uno de los innumerables peregrinos que a lo largo de
la historia la visitó. Dice así:
Procesión después de la Eucaristía
Valga como introducción que
Fátima era en 1917, época de los sucesos que le dieron renombre universal, una
pequeña aldea en la sierra del Aire, con unas cuarenta casas, pertenecientes al
distrito de Santarem del Concejo de Vilanova de Ourem. Hasta esa fecha Fátima
era solo eso una aldea, la más importante de la Parroquia del mismo nombre, que
tenía unos dos mil quinientos habitantes dispersos en pequeñas aldeas y casas
separadas, entre las que se encontraba Aljustrel, lugar de nacimiento de los
tres pastorcillos videntes Lucia, Francisco y Jacinta.
El nombre de Fátima tiene para todos una resonancia árabe imposible de ignorar. Fátima es el nombre de la hija de Mahoma y es evocador de múltiples contiendas, escaramuzas y guerrillas, que moros y cristianos llevaban a cabo en estas tierras peninsulares hacia el siglo XII, una de cuyas escaramuzas ocurrida en esas tierras de Portugal dio base a la leyenda del origen del nombre de la Aldea y Santuario.
El nombre de Fátima tiene para todos una resonancia árabe imposible de ignorar. Fátima es el nombre de la hija de Mahoma y es evocador de múltiples contiendas, escaramuzas y guerrillas, que moros y cristianos llevaban a cabo en estas tierras peninsulares hacia el siglo XII, una de cuyas escaramuzas ocurrida en esas tierras de Portugal dio base a la leyenda del origen del nombre de la Aldea y Santuario.
Vista de la explanada del Santuario.
Corría una mañana en una imprecisa fecha del año 1158, cuando un grupo de alborozados jóvenes musulmanes, guardados por una aguerrida tropa de caballeros de la media luna, salió de la población de Alcacer do Sal, de camino al estuario del río Sado, paraje precioso y aún hoy poco hollado. Los jóvenes musulmanes iban festivamente a bañarse al río y entre el grupo se encontraban varios hijos de notables del lugar, lo cual justificaba el acompañamiento de la aguerrida caballería musulmana. El río Sado y su estuario forman un salvaje parque natural, en el que la finísima arena blanca y el maravilloso paisaje, junto con la pureza de sus aires y aguas hacen muy apetecible el baño, en un sosiego en que la Naturaleza acompaña en todo momento. Por ello y por su proximidad a Alcacer do Sal, los jóvenes habían decidido la excursión caminando con despreocupación de cualquier peligro por estar en tierras musulmanas y lejos de la frontera cristiana, que en aquellas fechas estaba más arriba al lado norte del Tajo. En aquel grupo, entre los hijos de los notables, se encontraba una bella jovencita de nombre Fátima, que era hija del Valí de Alcacer do Sal.
Los cristianos duchos en la guerrilla y continuos hostigadores de las tropas sarracenas, con ansias de recuperar para la Cruz las tierras que les había arrebatado la Media Luna, habían decidido realizar una incursión y apoderarse de rehenes enemigos con los que luego trocar en rescate al moro.
Gonzalo Hermingues era el jefe de la tropa cristiana, comandada con esta misión por el Rey Don Alfonso Henriques. La tropa cristiana se adentró en territorio sarraceno y se emboscó a la espera de un lance favorable. El bravo Gonzalo Hermingues era conocido entre los cristianos como “tragamoros”.
La comitiva musulmana, acertó a pasar en su despreocupado itinerario por el lugar donde los cristianos se habían emboscados, siendo sorprendidos y tras dura contienda con sangre por ambos bandos, finalmente los musulmanes fueron derrotados quedando los sobrevivientes cautivos de los cristianos.
Gonzalo Herminges, “tragamoros”, decidió llevar a sus prisioneros a Santarem, localidad cristiana distante, al Norte en la orilla opuesta del Tajo. Allí el rey de Portugal Don Alfonso Henriques le aguardaba.
El camino era largo y difícil por atravesar tierras del moro. Durante el mismo Gonzalo Henriques reparó en Fátima y se fue encantando con su juventud, belleza y noble porte de la mora, que aunque escoltada y prisionera también le miraba con algo más que curiosidad. Durante el camino, las duras acciones del portugués con los guerreros moros fueron trocadas por amorosos pensamientos hacia su prisionera, dando vueltas y revueltas sobre qué hacer con la misma. No he encontrado detalles en la leyenda sobre el supuesto romance que debió nacer entre los dos pero que a buen seguro el tiempo del camino dio para fortalecerlo.
Llegados a Santarem el Rey celebró la hazaña y premió al grupo de guerreros con regalos y nombramientos como era usanza en aquellos tiempos. A Gonzalo Hermingues le pidió el Rey que manifestase cual quería fuese su recompensa. El “tragamoros”, admirado como había quedado de Fátima, pidió al Rey su mano para desposarla. Ante aquella inusual petición el Rey dudó largamente, pero al final la concedió bajo dos condiciones: que la doncella le aceptase libremente y que se convirtiera a la fe cristiana.
Narran las crónicas que Fátima aceptó y su bautizo se realizó con el nombre de Fátima Oureana, se convirtió en la feliz esposa de Gonzalo Hermingues y que se fueron a vivir a la villa de Abdegas, regalo del Rey en los esponsales. Con el tiempo esta villa cambió su nombre por Villa Oureana y actualmente es la ciudad de Vila Nova de Ourém.
Como muchas cosas en esta vida, la intensa felicidad de la pareja trocó en pocos años en desgracia al morir tempranamente Fátima, dejando a Gonzalo tan desolado que decidió cambiar su espada y uniforme por la cruz y el hábito de monje. Así se ordenó de su nuevo hábito en la Abadía de Alcobaca a treinta kilómetros de Ourem, siendo un fraile ejemplar según cuentan las crónicas.
En el año 1171 la Abadía fundó un priorato siendo nombrado Prior del mismo Fray Gonzalo Hermingues. Fray Gonzalo, que nunca se separaba del cuerpo sepulto de Fátima, construyó una capilla donde dio reposo al cuerpo de su amada. Así la capilla quedó con el nombre de Fátima y con el paso de los años se transformó en la Iglesia Parroquial de Fátima, demarcación en cuyo lugar ocurrieron las apariciones de las Virgen a los tres pastorcillos y por la cual fué llamada Virgen de Fátima.
Estampa Antigua de la Virgen